La Granja de Ana

Una plaza de abastos es un lugar donde se toma el pulso a las ciudades, donde se puede observar a la gente y juzgar por lo que consume, por lo que habla, por cómo se relaciona, por el tipo de personas que van, puedes saber, digo, cómo le va a esa ciudad. Si les va bien, llenarán la plaza de bolsas y carritos, de gente yendo y viniendo, de voces de los profesionales de sus puestos con las ofertas del momento.

La plaza no es sólo un lugar para comprar, es un punto de encuentro, los olores, el ruido, las especias llenado el ambiente, solapando el olor del pescado, el olor de la cola de zapatero, solapando el olor de la carne y todo envuelto en el olor de la frutería añadiendo la voz del cuponero «para hoyyyy, paroyyy» y los gritos de las madres a ritmo de «¡eso no se toca niño!»,

No es el caso de la La Plaza.

Corren rumores por la ciudad de que ya está cerrada, corren rumores de que todo está arreglado, corren rumores, pero no corren los políticos de Alcalá a ver que pasa y en qué pueden ayudar para salvarla. Nunca es tarde.

Allí está la «Granja de Ana», el último puesto que queda en pie, sobre lo que hubiera sido y no es; reivindican los vecinos del centro de Alcalá de Guadaíra, que el centro está muerto, o más bien moribundo y esta podría ser la prueba de que no, porque todo tiene solución.

La Granja de Ana es una especie de Masadá, resiste el envite del asedio Romano, a pesar de pagar sus diezmos y estar al día de pagos, el expositor está repleto de productos de primera, han cortado el agua y pronto cortarán la luz, pero Ana me dice que: -«No voy a dejar a mis clientes, tengo que atenderlos»; así de fácil y de contundente se muestra esta mujer que me explica la «gestión», por no decir «putada», que han hecho con ese edificio público.

Ella va a resistir, lo hace por sus clientes más que por ella misma, compruebo el estado de la primera planta, lista para abrir, son las diez de la mañana, pero sólo un puesto está abierto, el suyo. El silencio es horroroso, pero más horror hay en la segunda planta, no queda un puesto en pie y parece un basurero.

Ana no pone problemas, trabaja y punto, no quiere entender de política, los conoce a todos, van y vienen pero ella está ahí para recibirlos y si puede, venderles solomillo, porque Ana ante todo es una profesional, a los problemas les pone soluciones, y yo le pregunto y ella responde mientras corta, pesa y cobra, siempre con una sonrisa.

Y así me voy enterando de que los que vinieron no tenían ni idea, que al pan pan y al vino vino, la concesión para un bingo y una sala de juegos fue un error, los que llegaron no sabían lo que era un puesto, y les dieron veinticinco, que ahí están cerrados, ¡PAM PAM! muertos, como en una peli del oeste.

Pam Pam Producciones, ni siquiera llegaron a ser «pan para hoy», picaron, tiraron, lo llenaron todo de polvo y mierda, mientras Ana trabajaba como podía, pagando religiosamente por mantener su puesto allí.

Ana dedica un rato a atenderme, mientras discreto le dejo atender a sus clientes; los clientes también hablan, han visto otros tiempos mejores en esta plaza y hablan de la otra, donde tampoco se ha hecho nada.

Me sorprende el buen humor de esta mujer y su experiencia de cara al público, es algo que se nota y me dice: -«Con el montón de gente que necesita trabajo, y estos puestos cerrados, si se los dieran a personas con algún «proyectito» serio esto lo pondríamos a funcionar de nuevo, sólo hace falta imaginación»

Miro el cartón de huevos de granja desde el que se parapeta Ana para hablarme y pienso, imaginación y esos huevos que usted tiene señora.

Diego Valor