Hay tradiciones que no fallan en Navidad: los turrones, los villancicos… y, en Alcalá, las críticas al alumbrado navideño. Año tras año se repite la misma historia. Antes incluso de que se dé el pistoletazo de salida a las fiestas, ya hay quien —desde el cómodo sofá de su casa— afina el teclado para sentenciar que “esto es pobre”, “falta color”, “faltan calles”, “qué vergüenza de luces”. Porque, claro, nunca llueve a gusto de todos.
Este año no iba a ser la excepción. Que si en la calle Gandul se encendieron las luces antes de tiempo… ¡horror! Que si en tal barrio aún no están puestas… imperdonable. Que si las luces de San Sebastián son “tristes”… un drama. Y como colofón, el gran descubrimiento que ha sacudido a la crítica navideña: ¡Hay una iluminación con un perrito!
¿Pero qué será lo próximo? ¿Una Navidad en la que dejemos de enfadarnos por todo?
Parece que ver un perro en la decoración navideña ha resultado perturbador para algunos. Estamos demasiado acostumbrados —dicen— a las estrellas, bolas o campanas de toda la vida. Y claro, se atreve alguien a salirse del guion y…han puesto un perrito. Pero, ¿de verdad es tan grave? ¿Nos ofende un simple guiño tierno a quienes, para muchos, son parte fundamental de la familia?
Quizá lo que ocurre es aún más sencillo: la queja es nuestro deporte preferido. Se analiza el alumbrado como si fuera una cumbre internacional de diseño lumínico. Y mientras tanto, se olvidan detalles tan humanos como que este pueblo está lleno de personas que pasean cada día con sus mascotas, que las aman y las consideran parte de sus celebraciones. ¿Por qué no iban a tener también su protagonismo?
A nosotros, lejos de parecernos extraño, nos encanta. Es un detalle bonito, original, que suma ternura y cercanía. Es una manera de recordar que la Navidad es también para ellos, los fieles compañeros que nos acompañan en los momentos buenos y malos del año.
La buena noticia es que la Navidad no depende del alumbrado, sino de nuestra mirada. Y desde aquí, elegimos mirar con ilusión, con gratitud y —por qué no— con una sonrisa al ver un perrito iluminando nuestras calles.
Porque en Alcalá, brillamos más cuando dejamos de criticar y empezamos a disfrutar.













