De loros a estrategas ¿la nueva educación que necesitamos?
Durante décadas, el sistema educativo ha premiado a quien mejor repite en lugar de a quien mejor piensa. El alumno ejemplar era el que recitaba de memoria la lista de ríos o clavaba de carrerilla la tabla periódica. Parecía un genio… hasta que llegó la inteligencia artificial.
Hoy cualquier chaval puede preguntarle a un chatbot la capital de Botswana, las derivadas de segundo grado o el resumen de El Quijote en lo que tarda en abrir GhatGPT. Todo ese culto a la memorización quedó obsoleto. La IA ya ha convertido en inútiles a los empollones de toda la vida.
Lo incómodo es que seguimos educando como si nada hubiera pasado. Exámenes diseñados para premiar la repetición. Leyes educativas que cambian cada legislatura, pero que siempre mantienen lo mismo: toneladas de temario que solo sirven para aprobar un examen y olvidarlo después. ¿De verdad tiene sentido en un mundo donde la información está a un clic?
La realidad es clara. Memorizar ya no tiene valor. Lo que importa es formular buenas preguntas, conectar información, filtrar la basura digital y tener criterio para aplicar el conocimiento. Exactamente lo que la escuela nunca enseñó.
Y aquí aparece un punto clave que muchos olvidan. La experiencia práctica de quienes ya peinan canas. Esa generación que lleva décadas resolviendo problemas en el barro real: clientes imposibles, negocios que sobreviven a base de ingenio, balances que no cuadran, jefes que jamás leyeron un manual de liderazgo. Ellos ya saben lo que significa aplicar el conocimiento bajo presión, y esa sabiduría práctica es oro puro.
Imaginemos la mezcla. La frescura tecnológica de los jóvenes que dominan la IA, unida a la experiencia vital de los veteranos que saben qué hacer cuando la teoría se queda corta. Esa combinación puede marcar el futuro de la educación.
Porque el objetivo no es competir con las máquinas; esa batalla está perdida. Se trata de aprender a usarlas mejor que nadie, combinando su potencia con criterio, ética y creatividad humana.
El sistema educativo del futuro no debería fabricar loros con apuntes, sino estrategas capaces de dirigir el avión aunque el copiloto sea una IA que nunca falla en las tablas de multiplicar.
La educación no puede seguir fingiendo que nada cambia. O reformamos de verdad el modelo hacia la aplicación práctica del conocimiento, o seguiremos fabricando empollones perfectos, pero absolutamente inútiles en la vida real.
Al final, aprobar exámenes no paga facturas. Resolver problemas, sí.
¿Tú qué opinas, seguimos premiando la memoria o empezamos a entrenar la aplicación real del conocimiento?
Juanlu Rodríguez