El cuento del Señor Cuchara; el penúltimo sainete alcalareño.
En Alcalá, donde los rumores vuelan más rápido que los papeles del Ayuntamiento, vivía un señor muy bien peinaíto, siempre de chaqueta y mirada templada. Un tipo que parecía hecho de terciopelo, de sonrisa eterna y modélico en sus modales (permítanme esta intencionada redundancia) .
Le decían el Señor Cuchara, porque ni pinchó ni cortó desde su entrada en la política municipal.
Dicen que apareció por la política prometiendo “otra forma de hacer las cosas”. Y vaya si lo consiguió; inventó la oposición sin oponerse a nada. La crítica sin ánimo crítico. Usó un discurso sin sujeto ni verbo, pero cargado de complementos indirectos y circunstanciales. Un artista del “sí, pero no”, un poeta del “bueno, ya se verá”.
Cuando el gobierno metía la pata, él se acercaba despacito, con su tono de funcionario zen, y decía:
«Tampoco hay que dramatizar, hombre…»
Y la alcaldesa, encantada de la vida, le daba palmaditas en la espalda sin reparo alguno habida cuenta su enorme docilidad.
Los vecinos, que ya tienen más mili que todos los concejales del pleno juntos, empezaron a sospechar. ¿Este muchacho de qué lado está? Pues del lado de nadie, hija ¿no ves que no se despeina siquiera? Parece que tiene el pelo de mármol…
Y es que el Señor Cuchara tenía un talento casi único; podía salir en todas las fotos sin dejar huella. Su palabra favorita era “consenso”, y su verbo preferido, “comprender”. Comprendía tanto, que hasta el gobierno municipal lo adoraba.
Algunos de su propio partido, más nerviosos que un gato un sábado de feria, se preguntaban si aquella persona era concejal o profesor de yoga. Y él, inmutable y encantado de haberse conocido seguía saludando, sonriendo, y diciendo esas frases que suenan a algo pero significan nada.
“Lo importante es el diálogo.” “Todos remamos en la misma dirección.” “La gente está cansada del enfrentamiento.”
Sí, claro. Cansada, pero también de ver cómo el Ayuntamiento es un karaoke donde sólo cantan los mismos de siempre y que además, ahora disfrutan de aplausos casi generalizados.
Dicen que ahí sigue, llevándose bien con todo el mundo menos con el pueblo que lo votó y que esperaba, hasta ahora en vano, que se enfadara un día y empinara una ceja, rompiendo al menos en su rictus ese equilibrio condescendiente e inútil a partes iguales que tan a gala lleva.
Al Señor Cuchara se le sigue viendo por los plenos de forma más o menos habitual, removiendo el mismo caldo tibio que no sabe a nada porque no le ha echado ni verduras, ni carne, ni hueso de jamón, ni siquiera Avecrem. Entre kilos de papel de eternos e inútiles informes, constantes saludos a quienes ya ni lo miran, con su verbo dormido y en perenne condicional y su conciencia tan planchada como su eterna chaqueta.
Mientras, Alcalá continúa esperando que un día alguien le diga que ser amable no es lo mismo que ser útil…
Juanlu Rodríguez













