La Constitución; ese juguete roto.
Ayer los supuestos adalides de la patria sacaron sus mejores caras para honrar la Constitución. Qué espectáculo tan repugnante, ver a quienes la han usado durante años como mantel para sus orgías de poder, dándole el valor que ellos mismos le quitan en el día a día…
Entre falsos abrazos patrióticos y sonrisas de plástico que hay que vender en los respectivos medios comprados y al servicio de cada uno, ambos recitaron de memoria su parte del guion; hablar de unidad, democracia y respeto. Luego se marcharon satisfechos, listos para seguir haciendo justo lo contrario.
Porque si algo une a nuestros eternos adversarios (los azules y los rojos, los rojos y los azules) es el amor compartido por el manoseo constitucional. Los unos la retorcieron tanto que aún cruje; los otros la plancharon hasta dejarla irreconocible. Rojos y azules se han relevado en el poder como camareros en el mismo banquete; cambiando de traje, sí, pero sirviendo el mismo plato, el de su propio interés.
Durante años, la Constitución ha sido su comodín favorito; sirve para frenar al contrario o para justificar el abuso, según convenga. Cuando gobiernan, la interpretan con fervor papal; cuando pierden, descubren que estaba en peligro y corren a defenderla. Lástima que su defensa siempre coincida con su propio vacío electoral.
Y qué decir del Tribunal Constitucional; esa coctelera donde se mezclan juristas, fidelidades y cenas discretas al calor de sedes políticas y su dinero en efectivo, en «B» o en diferido, que con el paso del tiempo cada cuál lo llama de una forma pero que viene a significar lo mismo.
Allí se decide lo que “quiso decir” la Constitución, que curiosamente siempre coincide con lo que quiso hacer el poder del momento. Entre toga y sillón, algunos magistrados cambian de misión; asumen alegremente que su deber no es custodiar la ley, sino allanar el camino y proteger a quienes los sentaron allí. Así, entre arreglos y remiendos, la Carta Magna ha perdido más dignidad que un político en campaña.
Años de manipulaciones cruzadas la han dejado llena de huellas y marcas grasientas que desprenden mal olor, como la prueba irrefutable de un crimen que nadie investiga porque todos participaron en él antes o después.
Damas y caballeros, ciudadanos de este bendito país llamado España y que sólo se mantiene gracias a ustedes, bienvenidos al circo de la Constitución. Aquí tenemos a rojos y azules, inseparables en su pasión por el malabarismo legal; uno lanza la ley al aire, el otro la atrapa y la dobla hasta que chille. El Tribunal Constitucional se ha convertido en el trapecio donde saltan magistrados con los ojos vendados por falsas e interesadas lealtades, siempre aterrizando en el lado correcto del poder.
No aplaudan a los carteristas que juran amor eterno al texto mientras lo parten en dos para repartirlo en la sobremesa. Porque nosotros, el pueblo, somos ese eterno cornudo que paga la entrada cada 6 de diciembre con los impuestos al alza, los servicios públicos a la baja y la esperanza a la altura de un bordillo.
Juanlu Rodríguez.













