La paradoja de la palabra, cuando un GPT escribe mejor que nosotros.
Vivimos una época gloriosa, o eso dicen algunos…
Los modelos de inteligencia artificial escriben como dioses sobrios, sin inspiración pero con una eficacia insultante. Generan ensayos, cuentos, artículos, cartas de amor y hasta excusas escolares con una eficiencia aterradora. Mientras tanto, el ser humano, esa criatura que inventó el lenguaje para diferenciarse del resto de los animales, parece haber renunciado a hacerlo.
En las aulas se celebra la innovación digital, pero no hay quien escriba dos párrafos seguidos sin naufragar en las faltas de ortografía, la coherencia y la comprensión lectora. Se premia la creatividad “tecnológica”, mientras se entierra la redacción. El sistema educativo ha decidido que pensar con palabras es una pérdida de tiempo. Total, ya lo hará la inteligencia artificial, y gratis.
Valiente espectáculo. Las máquinas aprenden a escribir porque las alimentamos con siglos de literatura, con artículos, con reflexiones, con discursos, con millones de páginas humanas. Y nosotros, los autores de ese maravillosopatrimonio cultural e histórico, ya no somos capaces de redactar un correo sin recurrir a un modelo predictivo. Nos deslumbra la prosa de las máquinas, pero nos da pereza mejorar la nuestra.
Entre ley educativa y ley educativa, que parece que no se puede ser ministro de Educación sin que saques una nueva ley que tire por tierra la anterior, la educación en España está en coma inducido. No se enseña a escribir, se enseña a rellenar formularios. No se enseña a argumentar, se enseña a aprobar. Los estudiantes ya no escriben textos coherentes, ensamblan fragmentos de internet con la delicadeza de un albañil en un quirófano, bisturí en mano. El pensamiento crítico se sustituye por un “copiar y pegar” impersonal. Y luego nos sorprendemos de que la inteligencia artificial parezca más lúcida que la media.
Qué realidad tan miserable. Hemos creado herramientas que imitan el pensamiento humano justo cuando hemos decidido dejar de pensar. En los colegios se aplaude que el alumnado “use ChatGPT” como apoyo, mientras los docentes suspiran resignados ante textos sin alma ni estructura. La escritura, esa forma sublime de razonar con belleza, se está pudriendo bajo una montaña de pantallas táctiles y mensajes instantáneos.
Se confunde la comunicación con el ruido, la opinión con el vómito verbal, la emoción con un emoji. El lenguaje se achica, se marchita, se adapta al tamaño de una notificación. Y mientras tanto, los algoritmos nos devuelven versiones mejoradas de lo que alguna vez supimos ser.
El futuro se llena de máquinas que escriben con coherencia, mientras los humanos apenas consiguen hilar un pensamiento completo sin ayuda digital. No es ciencia ficción, es decadencia cotidiana. Y lo peor es que hasta nos parece normal.
Juanlu Rodríguez.