En julio, el Ayuntamiento de Alcalá de Guadaíra decretó tres días de luto oficial por la trágica muerte de dos trabajadores en unas obras municipales en la casa Ibarra. Hubo mensajes institucionales y minutos de silencio. Concretamente el 16 de julio se declararon tres días de luto y el 17 hubo un minuto de silencio en el patio del Ayuntamiento.
Fue un gesto justo y necesario para acompañar a las familias y reconocer la magnitud de una desgracia que, además, interpelaba a la administración como responsable de las condiciones laborales en su entorno.
Sin embargo, apenas unas semanas después, el silencio ha sido la única respuesta oficial a otra tragedia: el fallecimiento de una vecina en un accidente doméstico. No hubo luto decretado, ni convocatoria institucional para mostrar respeto, ni un simple minuto de silencio. Una ausencia que duele y que abre la pregunta incómoda: ¿existen muertes de primera y muertes de segunda en Alcalá?
Es evidente que no todos los casos pueden generar luto oficial —porque vaciaríamos de sentido ese gesto—, pero lo preocupante aquí es la falta de coherencia y de sensibilidad. Si en julio se quiso dar una lección de humanidad y cercanía, en agosto se transmitió la idea contraria: que el valor simbólico del duelo depende del calendario, de la agenda institucional o de la naturaleza del accidente.
La vecina fallecida también era parte de esta ciudad. También tenía familia, amigos, barrio. Y también merecía que, aunque fuese con un sencillo minuto de silencio, su Ayuntamiento la reconociera como parte de una comunidad que no da la espalda al dolor de los suyos.
Los gestos institucionales importan. No cambian la tragedia, pero sí construyen el mensaje de qué sociedad queremos ser. En julio, Alcalá fue una ciudad que acompañó a sus vecinos en duelo. En agosto, en cambio, pareció olvidarse de que la dignidad y la memoria no entienden de meses ni de titulares.