Cuando estaba a punto de llegar la primera votación importante de esta legislatura en el Congreso de los diputados, pensé que Pedro Sánchez sólo tenía dos alternativas; o perder la votación y ser humillado por sus socios de legislatura pero manteniendo un mínimo de dignidad o bajarse los pantalones hasta el tobillo y «vender» a la mayoría de españoles a costa de privilegiar a los catalanes previo pago de un puñado de escaños. Y ha sido la segunda opción.
Con las concesiones consumadas de última hora a la ultraderecha independentista catalana, las competencias sobre inmigración serán exclusivas de Cataluña para que se puedan ejercer políticas xenófobas y racistas una vez lleguen al poder o lo haga la misma ERC. La mal llamada «balanza fiscal» es un eufemismo para promover discursos insolidarios con el resto de territorios y evitar una redistribución económica justa y muy necesaria de la riqueza entre todos los españoles.
Se promueven beneficios fiscales para que empresas que hoy están en otras comunidades autónomas se vayan a Cataluña abandonando sus actuales lugares de implantación a efectos fiscales, perjudicando de nuevo al resto del país.
Los 5.000 millones de euros prometidos para la digitalización de la justicia catalana serán detraidos de otras necesidades en el resto del territorio nacional, que son muchas habida cuenta del mal estado en general de la justicia española.
Todo ello para una comunidad autónoma como Cataluña, una de las más ricas de España.
La próxima vez que les cuenten que el PSOE es de izquierdas, piensen en todo lo que están dejando de hacer en lugares más necesitados que Cataluña simplemente para contentar a un partido nacionalista de extrema derecha, supremacista y de un tinte neoliberal y clasista en grado superlativo.
Aprendan e interioricen esta dinámica porque es lo que nos queda mientras haya legislatura; un partido que era de izquierdas vendido a la extrema derecha catalana para mantener un poder precario que sólo servirá para intentar saciar a quienes son insaciables en su lucha por la exclusividad, por el sectarismo, por el ultraliberalismo desaforado, por el supremacismo por razones de origen de nacimiento y por ese empeño en acabar con un estado social de derecho como el todavía disfrutamos, aunque cada vez más en pañales.
Felipe González se preguntaba públicamente si merecía la pena. A algunos es evidente que sí, pero a la inmensa mayoría de españoles desde luego que no.
Echen cuentas…
Juanlu Rodríguez