Café con amiga
Después de salir a correr por los pinares y llegar a casa completamente agotada, una siempre siente la satisfacción de que lo que hace lo hace porque le da la gana. A mi exmarido no le gustaba eso de salir temprano, ni lo de sudar, el prefería quedarse en casa, dormir, y coaccionarme para que me quedara con él.
Al principio empecé a hacerle caso, pero después volví a las andadas, la segunda coacción fue que le daba miedo, -«con las cosas que estaban pasando», decía, que me ocurriera algo malo. Lejos de meterme el miedo en el cuerpo decidí salir, y ocurrió algo malo, malísimo, que me puse estupenda, y conocí a un tío genial al que la providencia hizo que me presentara a Carmen. El tío genial ya es historia, Carmen quiere ser historia.
Carmen es una especie de amiga del alma, y enemiga de lo terrenal, con la que comparto muchas cosas, pero la política no, y sin embargo la quiero.
Ayer después de correr la llamé, me encanta ir con ella a La Centenaria, y tomarnos un café. Me puse unos tacones y me arreglé, y juntas entramos en el local, que a las 11.00 está lleno. A los asistentes les da el «telele», cuando nos ven pasar tan monas, saben que vamos a hablar, el silencio se corta con un bisturí, le acabamos de amargar la charla a más de un empleado municipal que usa el local para contar lo «bien» que lo están pasando.
Mi amiga Carmen esboza una sonrisa del tipo Joker, y se ajusta las gafas, mientras comprobamos cómo los oídos se aplican a nuestra mesa y se abre la veda de los susurros.
-«Bueno Carmen, ¿ahora qué?»
Carmen parece más calmada, es como si se hubiera quitado años de encima, todavía recuerda a su Secretario General diciéndole eso de «a por ellos», apura su café y me cuenta que le da gracias a Dios, por salir de la política cuando peor está. Se sabe contenta por todo lo logrado, entiende que la política es así, que hay que hacer presión con lo que uno tiene sobre todo si tiene minoría. Se sabe con alma de número uno, siendo número dos, y se sabe con ganas de volver a la medicina.
-«¿Qué te parece lo de Antonio?»
Sorbo de café, y silencio, por ahí no puedo tirar, porque yo adoro a Antonio, y ella lo sabe, hemos estado tiempo enfadas por eso, y no es momento de hablar. Suelta un tímido -«se están matando entre ellos, y eso no le viene bien a nadie, hace falta llegar a acuerdos, pero con lo que hay ahora, no es posible, y eso que lo tenían fácil conmigo.» Y agrega, -«están haciéndolo santo, estos no están preparados».
Cierto, muy cierto, pero ella es muy suya, sé que no le gusta que le coaccionen, es como yo, la soberbia nos puede, quizá la palabra soberbia viene de sorbo, porque apuramos la primera taza de café y pedimos la segunda, seguimos hablando de otras cosas.
-«Carmen te voy a echar de menos», le digo al despedirnos en la puerta.
También es cierto, al menos su discurso sonaba a política seria, aunque no estuviéramos de acuerdo en nada. Hacen falta personas preparadas y ella lo está. El ruido renace de nuevo en el local y aprovecho para preguntar -«¿cómo te llegaron las grabaciones?»
Carmen me sonríe de nuevo transformándose en el Joker, se pone las gafas, sacude la cabeza y yo entiendo que no quiere hablar, y se lo agradezco, que ya bastantes cuentos se han contado.
Dos besos y un «algún día» susurrado muy bajito al oído.
Silviana Sánchez Lancôme